La posibilidad de expresar las ideas sin censura previa es la piedra de toque para juzgar acerca de las libertades públicas en cualquier país. No ajustarse al sentir o parecer de otro, opinar de modo distinto, esto es, disentir, constituye un derecho elemental que debe preservarse porque el disenso enriquece el debate de ideas y la democracia.
Cuando el disenso va más allá de sus límites naturales para transformarse en desavenencia, en disputa, surge la discordia que divide y separa. El adversario pasa a ser enemigo y queda cerrado el camino de la concordia, del consenso sobre los aspectos básicos que es lo que, en última instancia, interesa preservar.
¿Por qué recuerdo estas cuestiones básicas? Porque en circunstancias tan especiales como este tiempo de descuento frente a las venideras elecciones nacionales de concejales y de legisladores provinciales y nacionales, es preciso mantener la serenidad, la elevación de miras y el respeto por las opiniones que no se comparten. Aunque suene a verdad de Perogrullo, lo que está en juego es la preservación de la democracia y la posibilidad de coincidir acerca de las líneas maestras de la evolución futura, para que el desarrollo económico y de aquellos temas cruciales que afectan a la normal vida de los argentinos se realicen dentro del marco de la democracia y la libertad.
La historia, como la vida misma, se hace para adelante y es bien sabido que la vida se lleva a cabo sin ensayos previos, improvisando y respondiendo a los desafíos cuando ellos se nos presentan. En estas respuestas hay cabida para el error y aún para la torpeza. Los pueblos, como los hombres, a menudo se equivocan, suelen marchar a tientas y malogran sus mejores posibilidades. Lo errores y los tropiezos bien o mal pueden rectificarse; lo que no tiene solución es quedarse inmóvil, la renuncia a la esperanza.
Llevamos muchas décadas de desencuentro y rivalidades insensatas. Parece que es nuestro deporte favorito tener frente a nosotros enemigos y no adversarios con los cuales resolver los problemas que por lo común se traspasan de una generación a otra. Los males del presente tienen pasado y seguramente tendrán futuro. Es importante comprenderlo así para no precipitarnos en querellas sin destino que malogran las posibilidades de progreso.
Tenemos capitales naturales y humanos para hacer de nuestro país un gran país. Hay potencialidades, pero hasta ahora no hemos demostrado gestión ni vocación para el consenso. Ojalá que los argentinos tengamos la inteligencia, usando las herramientas de la democracia, de lograr enfocar claramente a nuestro país hacia una visión y una misión digna y a la altura de la que soñaron nuestros Padres Fundadores.
José Luis Ibaldi
Mañanas de Campo