Nada ha cambiado. La casta política sigue sin sonrojarse y nosotros, los giles, impávidos, mirando por televisión el circo de los tres poderes de una Nación. ¿Nos hemos enamorado de nuestros captores?
Esto lo venimos experimentando desde muchísimos años, pero quienes deberían haber puesto un límite y juzgar los actos de corrupción en forma inmediata no lo han hecho y, ahora, -como dice el tango- están “revolcaos en un merengue, y en el mismo lodo todos manoseaos”.
Aquellos jóvenes de 1983 creímos que la llegada de la democracia cambiaría todo. Cuarenta y un años después seguimos con los mismos y aviesos problemas de corrupción, de injusticia. ¡Eso sí, llenándonos la boca de que estamos en democracia! ¿De qué sirve la democracia si quienes deben ejercer los tres poderes del Estado se limpian la cola con la Constitución Nacional y no cumplen con sus deberes de manera transparente?
En nombre de la democracia los políticos tomaron el hambre y la necesidad para cosechar votos y producir miseria en cantidades millonarias. No por cambiar a un gobierno estas cuestiones se han terminado. El hambre y la necesidad están presentes aún y no se agrava más porque hay muchas organizaciones, instituciones y buenos ciudadanos que, desde el anonimato y con recursos propios, llevan adelante una tarea encomiable y digna de ser emulada por muchos otros hombres y mujeres que sientan el llamado del servicio.
Nuestro país está más cerca del siglo XIX que del XXI. ¿Por qué? Porque aún no hizo el tránsito de la organización caudillista y secesionista de las provincias a un federalismo verdadero, que genere independencia sobre la base del modelo propuesto por la Constitución Nacional. Entonces, seguimos inmersos en una ficción democrática, donde existen las formas, pero no la sustancia. Hoy ya no hay militares que amenacen el equilibrio de la vida constitucional. Son los civiles que, en función de la subordinación de la ley al poder aspiran a ser verdadero y realizable un modelo de jibarización de los tres poderes, y que desde hace mucho tiempo están cooptados por políticos y funcionarios corruptos e inescrupulosos.
Los ciudadanos de bien no podemos seguir haciéndonos los distraídos o espectadores desde las gradas de este circo que protagonizan, por un lado, las desavenencias, intrigas palaciegas y chisporroteos en el Poder Ejecutivo, y, por otro, los corruptos e inútiles que hoy ocupan el recinto del Congreso e integran el Poder Judicial de la Nación. El compromiso moral es con nosotros mismos. Judas, al decir de un teólogo, protagoniza al traicionar a Jesús, la segunda traición. ¿Por qué la segunda? Porque la primera se la hace a sí mismo al traicionarse como discípulo, papel que había elegido libremente.
José Luis Ibaldi
Para Mañanas de Campo
