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Nuestros procaces legisladores

Cada sesión en las denominadas “Honorables” Cámaras de Diputados y Senadores se transforma en una experiencia bochornosa.

No digo nada original si señalo que la democracia en nuestro país está en crisis. El Congreso de la Nación es una muestra de ello. Sus integrantes -salvo contadas excepciones- no poseen cualidades, modales y moral para expresarse y accionar en un recinto consagrado a la formación y sanción de las leyes que deberían traer soluciones a quienes son sus representados.

Cada sesión en las denominadas “Honorables” Cámaras de Diputados y Senadores -cuando tienen ganas de trabajar, que no es muy seguido- se transforma en una experiencia bochornosa en la que pocos se lucen con sus exposiciones levantadas y su comportamiento ajustado al decoro de la institución. Se oyen exposiciones soeces, interrumpen la palabra de un par, se levantan de sus bancas a los gritos, o cuando tienen que jurar como diputados o senadores lo hacen ridículamente “por Palestina”, como si ese territorio formara parte de la Argentina.

Hace unos días leía que, a principios del siglo XX, un eminente político francés, luego de asistir a las sesiones de ambas cámaras de nuestro Congreso, expresó su sorpresa porque ellas parecían reflejar la solemnidad de unos caballeros amables que no querían molestar a los demás contradiciéndolos. Era el parlamento de la oligarquía decadente que la ley Sáenz Peña dejó atrás poco tiempo después. La incorporación de los diputados de extracción popular impuso un nuevo estilo que no excluía las actitudes másculas y el debate apasionado hasta el exceso, a veces.

Más tarde, cuando la República comenzó a deslizarse por el plano inclinado que la llevaría al desastre, las mayorías obsecuentes contribuyeron también a esa decadencia del Congreso, que cedía ante las aspiraciones autoritarias del presidente de la Nación.

En esta última fase constitucional iniciada en 1983, lo que se suponía que algo se había aprendido tras la oscura etapa vivida anteriormente, no fue así. El parlamento se fue deslizando cada vez más.

Lo clásico en el recinto actual del Congreso es el desprecio, la desconsideración, el odio. Hay que recordar a los legisladores que la política, que como ciencia le debe tanto a los antiguos griegos, es el reemplazo de la violencia por el acuerdo. También es cierto que la democracia es endémicamente crítica. Consultar al otro significa la posibilidad casi matemática de discrepar, porque cuesta mucho aceptar al distinto, al que tiene una manera diferente de pensar.

La acción parlamentaria supone la plena exhibición de las coincidencias y desacuerdos, en términos de recíproco respeto, claro está, sin tapujos, para que sea auténtica la voluntad política que la votación mayoritaria exprese en cada momento. Porque todo lo que menoscabe el decoro de la institución amenaza a la República por entero.

José Luis Ibaldi – Para Mañanas de Campo

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