Mil veces hemos hablado del gran problema que significa el trabajo rural. Problema con muchas miradas, para la mayoría una de las grandes limitantes de la producción agropecuaria, con sus grandes bemoles en ganadería, donde cada día cuesta más lograr mantener una familia en el campo, con agricultura cada vez más especializada y que ya no cualquiera está a la altura de subirse a una inversión que cuesta millones de dólares en muchos casos, ni que hablar el tema de cosechas regionales, frutales, horticultura, todas empresas donde la incentivación, ya deja de ser una simple cuestión monetaria.
Y ahí nacen ellos, los “sin nombre” que de una u otra manera, llenan esos lugares, se hacen cargo con sus habilidades y también con sus limitaciones, de lo que de otra forma, para muchos sería imposible llevar adelante. Tal vez aquí cuesta más que en otros países, que los propios dueños vivan en el campo, costumbres, dificultades, distancias, tecnología, falta de condiciones, son parte del glosario que uno podría aplicar para los motivos por el cual, el dueño no es quien está presente día a día con muchas de las tareas, algo que al menos en la mirada de aquellos que viven únicamente de lo que producen, hoy se va tornando inviable de que funcione, sin el “ojo del dueño” engorde el ganado.
En la pista de Palermo se está jugando la final del gran campeón hembra de la raza, mientras crece la tensión, a la cabina de transmisión nos llega un mensaje con una foto: la mujer de quien lleva uno de los potenciales grandes campeones, nos saluda manejando el “Mixer” y una pequeña de no más de tres años, sonríe deseándole suerte a sus papá, que le dijeron que fue a la ciudad para hacer algo importante. Detrás del glamour, detrás de la mejor genética argentina, hay alguien sin nombre, trabajando para que todo ocurra. Y ahí van, uno a otros los comentarios, de cabañas pequeñas, donde un padre mayor quedó a cargo de todo y no sabe si dejar o no abierta la tranquera para que la hacienda tome agua en los corrales. Hay otro que atiende por vigésima vez el teléfono, porque es su hermana la que ocupó el puesto y no está muy canchera para llevar los rollos.
Historias, lugares, momentos, de esos que muchas veces, viven apenas en una tapera, sin quejas, sin subsidios, ganándose el mango dignamente, manejando una sembradora, cosechando potreros, de a caballo o con una llave torniquetera ajustando o levantando alambres. Peores fríos que ninguno, calores sin refresco, alimentando sus hijos y enseñándoles que la escuela a veces conlleva esfuerzo, no solo por el estudio, sino porque hay que llegar como sea, atravesando tranqueras, con suerte en alguna combi rural, enancado en algún vecino y hasta a veces, en tractor porque la calle, está a la miseria.
Anónimos héroes, basta recordar hace poco aquellos chicos en Bolivar de a caballo donde la naturaleza no hace diferencia de clases y se carga a quien tenga que cargarse, porque en el campo se está más solo que en ningún sitio en las malas, no hay vecino, no hay teléfono de emergencia muchas veces, sino pregunten a quienes durante días, estuvieron bajo el agua en puestos y campos inundados aquí en la zona.
Soy el primero en quejarme, falta gente calificada, falta cultura del trabajo, cada vez faltan más de los que nacieron, se criaron y saben el oficio, pero no soy tan necio como para no ver lo difícil que resulta, vivir muchas veces en el medio de la nada, con una camiseta ajena pero haciéndola propia y dando lo mejor que se puede, en incendios, en tormentas y en algunas por suerte, disfrutando de las buenas, de un asado compartido o de una tarde de trabajo.
Sin nombre, pero con sacrificio, para tal vez algún “patrón”, sepa reconocerlo para que así el anonimato, no sea para toda la vida.
Dedicado a los muchos que conozco, al Indio, al Coy, a Néstor, al Santiagueño, al Correntino, a José, al Paisa, a Miguel, a Don Alfonso, al Vasco y a tantos otros que me cruce en el camino….
Carlos Bodanza
Para Mañanas de Campo
