“Mi campo conserva cosas, guardadas en su silencio, que yo gané campo afuera, que yo perdí tiempo adentro” es parte de la letra de una hermosa canción que el Pampa Larralde atesora entre sus grandes escritos.
Cuántos hombres, cuántas familias temen el final de su lugar, de su campo, de su legado? Hay algo que va mucho más lejos de la “razonabilidad”, de lo económico, del orgullo o de la tan compleja palabra llamada “tradición” a la hora de poder enmarcar un establecimiento rural.
Recuerdo hace muchos años, en los primeros tiempos de establecerme en la chacra en Calderón, me llamó la atención que eran pocos los campos llamados por su nombre, tal vez, solo tal vez aquellos que por historia, por años y por importancia, aún lograban permanecer más allá de sus dueños. “Lo de los Oteiza”, lo de “Gerandi” –que ni siquiera era el dueño-, lo de “Recio”, y algún otro, más allá de que están los otros, “San Luis”, “El Ombú”, “El Rezongo” o tantos que ganaron la pulseada en base a sus títulos.
Qué encierra todo esto? La impronta, las personalidades, la herencia familiar, aquellos que le dieron vida a partir de su trabajo, de su producción, de su propio estilo. Por eso lógico que muchos teman que tras su partida de este “tiempo”, o la no continuidad porque o bien sus hijos tomaron otro camino o porque no los tenga, la nostalgia gana los corazones. Será tapera? Se pregunta repetidamente mi amigo Gustavo y tal vez no, tal vez alguien pueda absorber toda esa vida que hay acumulada en potreros, en aguadas, en montes, en la casa.
Dije la casa. Hace poco justamente Gustavo, compartió un reel de una vieja casa Asturiana, abandona pero con todas las huellas de que allí hubo vida, que aún hay vida entre las paredes. “En Asturias, hay casas que no se caen.. se rinden. No porque el tiempo las desgaste, sino porque un día, dejaron de escuchar las voces que las llenaban de vida. Ahora solo queda el silencio, pero no es un silencio vacío…es un silencio que recuerda. Las paredes aún guardan nombres que nadie pronuncia…” dice parte del escrito al describir casas que fueron abandonadas, por la desidia en los caminos que ya no permiten llegar, de productores que no pudieron seguir. Pero ellas están ahí, esperando, resistiendo a pesar de que su fachada, hable de derrotas.
Nuestro interior productivo, no es el que todos mencionan, ese que habla de campos en producción, de sembradoras, de rodeos y corrales, de economías, de exportación y del valor agregado. Nuestro interior tiene pueblos y estaciones cada 30-40 kms, con casas y casas que aún resisten, con escuelas cerradas, con miles de historias al acecho, con almacenes esperando quien limpie el mostrador, con grandes galpones y corrales que no hay viento que los voltee, caminos que se entrecruzan y llevan a todos lados, con arroyos y ríos, con placitas llenas de pastizales, con Cooperativas que vivieron su gloria, con clubes que aún muestran vanidosos grandes salones vacíos, hasta canchas cuyos arcos oxidados, todavía parecen esperar un grito de gol en la tribuna.
Están ahí, pacientes, riéndose de cientos de miles que hacinados, viven unos arriba de otros en grandes villas, esclavos de un sistema político perverso que los secuestró allí y les enseño que no hay nada mejor que un subsidio, que el humo, la contaminación, la basura y la mugre, es una buena forma de vida. Sus grandes terrenos, esperan aún que esos pobres “zoombies” un día despierten y encuentren que los huevos salen de una gallina que podrían poseer, que la verdura nace case gratis en una quinta, con solo una pala de punta como desafío.
Ojalá algún día, el ser humano despierte de tanta estupidez y sepa que hay atardeceres infinitos, que hay noches seguras, que hay silencios que cantan, que en el medio de la nada siempre pero siempre, se vive mejor. Y ese día, no habrá más taperas en el campo.
Sueños de Navidad, sueños de muchos que ojalá, nunca se rindan.
(*) La Foto es del pueblo Estela, partido de Puan
Carlos Bodanza – Para Mañanas de Campo


























