La llegada de las fiestas nos desnuda el momento que vivimos en cuestión de relaciones. Una tras otra van llegando al celular cientos y cientos de tarjetas, con frases ocurrentes, con letras supuestamente “sentidas y profundas”, del significado de las Navidades, del año vivido, de los deseos del “que vendrán” de lo mucho que alguien nos aprecia o nos recuerda. La firma pocas veces es personal, si no es una empresa es un comercio, hasta muchas otras si bien aparece el nombre y apellido en la misma, es un “genérico”, claramente fue mandada a una agenda de contactos y así se saluda con “supuesto afecto” a todo el universo digital.
Renegado? Tal vez, no me cuesta demasiado, pero hace mucho tiempo, dejé de abrirlas, no tengo ni la remota idea que dicen cada una de ellas. Tal vez, sea un irrespetuoso, incapaz de ver el esfuerzo creativo que algún diseñador, quizás un representante “que maneja las redes”, o alguno que es “más ducho” armo para que el saludo, llegue a todos lados. Para mi, ya el simple hecho de que el saludo no tenga mi nombre en el inicio, es más que suficiente para descartarlo. Perdón, mil disculpas y espero no ofenderlos.
Muchas veces con el “amigo de siempre” –ya aburro de mencionarlo- nos preguntamos si la gente “no te llama”. NO, es la respuesta. Hoy todo es un mensaje escrito, el audio que ha reemplazado cualquier posibilidad de tomarse esos cinco minutos para un cara a cara –aunque sea sin verla-, pero lo cierto es que poco a poco nos hemos despersonalizado. Atrás quedaron los tiempos, donde visitar amigos para las fiestas, era una rutina de muchos. Una semana antes recuerdo al Veterinario donde trabajé varios años, día tras día compraba facturas, medias lunas y arrancaba su travesía, de mañana o de tarde, visitaba los colegas y los amigos más cercanos, esos a los que no vería la noche de Navidad o la de Año Nuevo.
Y ya ni siquiera es corriente alcanzar una boleta de pago, para conocer la opinión del cliente, “al finalizar le dejaremos una encuesta donde usted podrá calificar nuestra atención” dicen los muchos mensajes, donde ni siquiera tendremos la posibilidad de felicitar o “putear” frente a frente a quien y cómo corresponda, por los servicios prestados.
Son pocos los que eligen una “video llamada”, porque en definitiva, estamos justo pagando con un “código QR”, o en ese momento bajando unos mapas satelitales para ver si “puedo terminar de cosechar” y lo más probable es que “justo lo estoy cargando”, pero los tiempos donde un teléfono nos acercaba, son cada día más lejanos.
Impersonales, eso son las comunicaciones, cuando justamente como su nombre lo indica, nada mejor que recurrir al viejo “glosario” y entender que no hay nada más lejano a la realidad de lo que se pretende en dicho acto: la palabra comunicación viene del latín communicare, que significa “compartir algo”, “poner en común” o “hacer partícipe a otro de lo que uno tiene”, derivando de communis (“común”) y munus (“deber”, “oficio”, “regalo”). Y tal vez, esto último –regalo- es el tiempo que deberíamos otorgarle a nuestros amigos, seres queridos o aquellos con quienes querríamos, estar más cerca, algo que el celular no siempre nos ofrece.
Por eso este fin de año, cuando saludes a alguien que realmente crees que tiene importancia para tu vida, al menos, escribí el nombre adelante, hacele saber que te interesa, que sos vos y esa persona, que no te da igual, que realmente más allá de no llamarlo, estás pensando en él o ella.
La tecnología es fabulosa, pero puede ser fría y distante, depende de nosotros cómo la hagamos sentir, a la hora de utilizarla.
Carlos Bodanza – Para Mañanas de Campo
