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A esa película ya la vi

Cuando se gobierna no se administran sentimientos sino intereses. Sin embargo, la diferencia es fundamental y radica en que el gobernante tiene el poder y el estadista sabe qué hacer con él aparte de tenerlo.

En el mundo del cine los remakes son comunes. Hay veces que la copia igualó y en otras superó al filme original. En la política argentina ocurre lo mismo. Cada presidente que asume el poder cree que por haber sacado un porcentaje de votos importantes tiene -como se dice en el campo- “la pava echada”; sin embargo, siempre hay posibilidades de empiojarla más.

En estos 42 años de democracia contemporánea los que peinamos canas experimentamos cómo el gran caudal de votos de todos los presidentes se fue esfumando por diferentes razones. Le pasó a Raúl Alfonsín, cuando corrido por la hiperinflación, tuvo que entregar el poder anticipadamente a Menem. Le sucedió al propio Menem después de haberse enamorado de la convertibilidad y de otras cosas que no eran suyas, por eso fue condenado por peculado. También a De la Rúa tras la crisis del 2001; los sucesivos cuatro presidentes en sólo trece días.

Le pasó a Cristina en 2011 cuando dijo “vamos por todo”, y se quedó con poco, e incluso terminó procesada y condenada por corrupta. Le sucedió a Macri, cuando después de obtener más del 51 por ciento de los votos, la modificación de las metas de inflación, la facilidad del ingreso y salida de capitales golondrinas, su imposibilidad de llevar a cabo reformas estructurales, un fuerte endeudamiento, provocaron una crisis económica y social que lo llevó a perder las elecciones en 2019. Y ni les cuento cómo les fue a Albertico, porque es historia reciente.

El actual inquilino de la Casa Rosada tampoco se queda atrás, empachado por los votos que sacó en 2023 y el resultado de su política antiinflacionaria. Hace no mucho señalé en esta misma columna que cuando se es gobernante, no se administran sentimientos sino intereses. Sin embargo, la diferencia es fundamental y radica en que el gobernante tiene el poder y el estadista sabe qué hacer con él aparte de tenerlo.

Al presidente Milei le encanta desbocarse, buscar roña con propios y extraños, se manda macanas como el tema de las criptomonedas, siempre asistido por sus dos aprendices de Rasputín que lo rodean. Asimismo, cree que las mieles y las palmadas en la espalda que recibe en el exterior son pergaminos que lo respaldan frente a sus conciudadanos. Sin embargo, los ciudadanos de a pie necesitamos al estadista, al que construye diálogo y consenso, y no al desbocado y desaforado gobernante que reparte insultos a diestra y siniestra.

Insisto en lo que vengo señalando en mis columnas: El porvenir deviene de la mano de más neuronas y menos hormonas y peleas estériles que no conducen a nada, porque a esa película ya la vi y sé cómo termina.

José Luis Ibaldi -Para Mañanas de Campo

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