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Opinión

La hora del Cucú

Con gente harta de que todo se juegue en términos de lealtades ciegas o enemigos eternos. Algunos lloran la condena, otros la celebran.

Ocurre cada hora. En Villa Carlos Paz asoma “El Cucú”, y en el barrio de Constitución de Buenos Aires también. Pero no es un reloj suizo: es Cristina Fernández de Kirchner, que salió al balcón a saludar como si en vez de una condena judicial estuviera estrenando temporada de teatro. “¡Cristina 2025!”, gritan abajo. ¿Actriz principal o víctima de reparto? Esa es la gran pregunta.

La Justicia dictó sentencia —seis años de prisión e inhabilitación perpetua para ejercer cargos públicos— y como era de esperarse, no hubo silencio ni resignación. Hubo show. Porque la política argentina -y especialmente el peronismo- no es un ciclo institucional: es una serie de Netflix sin final anunciado, y con segundas, terceras y hasta cuartas temporadas. Algunas bastante mal actuadas, si me permiten.

Pero el capítulo del balcón no vino solo. Como si fueran extras convocados para una escena de acción, militantes de La Cámpora fueron directo a la sede de un canal de noticias a romper vidrios y reputaciones, como si el fallo se hubiera redactado en la redacción. Porque claro, si no te gusta la noticia, rompé el televisor. O la emisora.

Y en las calles, los carteles hablan de “proscripción”. Sí, como si estuviéramos en 1955. Como si la Justicia no fuera un poder del Estado de derecho sino un ejército de ocupación. El problema con el discurso de la proscripción es que requiere borrar algunas diferencias entre condena y persecución, entre legalidad y relato. Pero bueno, cuando la realidad no ayuda, el relato se recorta y se pega con lo que haya a mano: victimización, épica, y una pizca de conspiración geopolítica o del Fondo Monetario Internacional, si hace falta.

Eso sí, Cristina está a la espera de que se ejecute su detención, sigue hablando, sigue haciendo política. Condenada, pero no callada. Y como el cucú del reloj, cada tanto asoma y marca la hora. La hora del peronismo, la hora del cristinismo, o quizás la hora del fin de una época.

Pero mientras tanto, el país sigue. Con gente harta de que todo se juegue en términos de lealtades ciegas o enemigos eternos. Algunos lloran la condena, otros la celebran. Pero muchos más, muchísimos más, simplemente cambian de canal. Porque estamos cansados. Porque queremos otra cosa. Porque el espectáculo ya no entretiene. Ni siquiera indigna. Aburre.

Así que, como siempre, saquen sus propias conclusiones. Pero no se olviden ajustar el reloj. Porque el cucú va a volver a salir. Siempre vuelve. La duda es si esta vez alguien estará mirando.

José Luis Ibaldi – Para Mañanas de Campo

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