Terminó el partido, y la clásica charla con mi hijo, pasa por el juego, pero no por lo técnico porque mucho no comprendo del deporte de la “guinda”, pero si por lo otro, lo anímico, lo de carácter. “Se puede jugar sin pasión?” fue la pregunta que me llevó a este escrito, “no hijo, como en el juego de la vida, sin pasión, mejor ni entrar a la cancha” fue la respuesta, en estos días donde todo parece mezclarse, en una verdadera ensalada de sensaciones.
Y justamente, las noticias no siempre son las mejores, por eso la vida y la muerte, parecen siempre jugar este juego tan delgado del cuál nos aferramos intensamente a uno, creyendo que el otro es algo que definitivamente no nos va a pasar. Y claro, pasa, le pasa a un amigo, a un familiar, a un conocido, y la sensación siempre se parece: incredulidad.
Y ahí nos quedamos, paralizados, con pocas palabras, intentando después del golpe, reaccionar de alguna manera, explicarnos sobre todas las cosas, como si tuviera una lógica, como si ese momento, fuera algo solucionable.
Por estos días me ha tocado jugar muchísimo con palabras como “duelo”, aceptación, desapego y otras cuestiones que recitamos de memoria y que nos damos cuenta al repasarlas, que no son palabras para mencionar, son solo para vivir o atravesar, hasta que no nos toca, la descripción y cualquier opinión al respecto, prácticamente carecen de validez.
Justamente me vino a la memoria, una vieja película romántica, donde todo parece estar atado al destino, donde “las señales de amor” –ese es la traducción al castellano- va llevando a sus intérpretes a ser felices o no de acuerdo a las interpretaciones justamente de cada uno, en eso se jugaba el destino de ambos.
Cuando ya prácticamente estaba todo perdido y el destino supuestamente había jugado en contra de todo lo establecido, el periodista y mejor amigo de Jhon Kusac –el actor en cuestión- decide escribir un “obituario o epitafio” de su propio amigo, viendolo derrotado, deprimido, pero si con la sensación de haber visto algo de él que jamás había visto: pasión. Justamente, un epitafio son las palabras que me tocó hace pocos días tener que afrontar y rápidamente me vino este recuerdo que aquí intentaré resumir para por qué no, hacer uno propio, para intentar de alguna manera amigarme también con esto que a veces nos paraliza y es simplemente o no parte del todo, la muerte, ni más ni menos que la danza con la vida.
“Yo comenzaría preguntando a los lectores, qué nos lleva a enfrentar las situaciones? Que moviliza a cada uno de nosotros? Por qué seguimos adelante? Y no se trata de religiones, pero sin dudas, como dice el amigo del actor en su epitafio ´al final para poder vivir en armonía con el Universo todos nosotros debemos poseer una poderosa fé en lo que los antiguos griegos llamaban fatum, lo que corrientemente conocemos como destino. A lo que le agrega, ´la vida no es meramente una serie de accidentes o consecuencias sin sentido, sino más bien un tapiz de acontecimientos que culminan en un plan exquisíto y sublime´ describe también en esta discutida situación si todo está escrito o si podemos ser capaces nosotros también de escribir nuestro propio destino.
Y así se llega al momento más importante que quizás tiene este escrito en la película, con una pregunta clave que nos debemos hacer día a día, que sin ella es imposible poder ser quienes somos y si no somos capaces de contestarla, deberíamos revisar todo lo que hacemos.
Dice el epitafio que los “los griegos no escribían necrológicas, solo hacían una pregunta cuando moría un hombre ¿Tenía pasión?”
Dicho esto, seguramente a partir de ahí habrá una respuesta que nos lleve a cada uno, a escribir nuestras propias líneas, donde allí tendremos tal vez la oportunidad de que si no lo son, revertirlas, transformarlas o como en el que me tocó escribir- y en este que hago como mio propio- quede la relajante sensación de que sin dudas, siempre se lo dio todo.”
Escuchar el tema, “Sobran las palabras” https://www.youtube.com/watch?v=eH7cnVXdspY
Carlos Bodanza
Para Mañanas de Campo