Agarra el mate con las dos manos y lo aspira profundo, en ese ejercicio de que el final de la cebadura haga ruido, como rompiendo la monotonía de la mañana. Los vidrios permiten no solo llegar al fondo de la loma con la mirada, permiten también un viaje al interior, ese que atraviesa los eucaliptos ya caídos, comidos por temporales, las crecidas del arroyo y las ovejas que han hecho lo suyo, en esa manía de comer todo lo que este a su alcance.
Lejos como imaginando la manga, el “Coy” suelta las vacas de la plazoleta, bajan como espantadas, deseosas de reencontrarse en el potrero, con sus terneros al pie y con esa libertad que cada tanto, el ganadero decide quitarle, por trabajos cotidianos, por sanidad, por reproducción. En la tranquera la majada camina hacia el potrero, detrás como queriendo no intrometerse, Atahualpa –el pastor protector- acompaña, vigilando de que todo este en orden, de que ninguna se quede atrás, sobre todos los corderos.
Otro mate más y la charla interrumpe el silencio. El intercambio pasa por proyectos de vida, por un conocimiento que solo los años van dando forma, por entender una y otra vez que las cosas importantes pasan por otro lado, que las preocupaciones, el dinero y las obligaciones, no pueden de ninguna manera ser las prioridades cuando la vida, el disfrute, los viajes, las amistades y el amor, ganan por lejos la carrera.
Entonces ocurre lo que marca la diferencia en aquellos que aman la tierra, que la sufren, que la sienten como única, como el motivo fundamental por el cual, transitan este momento llamado “vida”. La pregunta es con el cariño y el respeto que solo un amigo puede generar y seguramente, por ese motivo, la respuesta es un silencio y una mirada capaz de atravesar una roca. Por dentro un volcán se enciende solamente contenido por la misma sensación reciproca de amistad. “Vender el campo? Ni loco, para mi este lugar es todo, podré modificarlo, cambiar el estilo de vida, dar la vuelta al mundo, pero aquí tengo elegido el lugar donde quiero que suelten mis cenizas. No hay forma de tranzarlo, de hablarlo ni siquiera ponerlo en cuestionamiento. Te perdono la pregunta porque sos vos, solamente por eso” fue la rotunda respuesta ante semejante afronta.
Rápidamente me pasaron por la vista la infinidad de situaciones, lugares, familias, herencias y legados. Paso hasta Yellowstone donde la única obsesión pasa por no perder un lugar que durante generaciones se llevó adelante, con una familia entera a veces destrozándose con tal de permanecer, pero jamás traicionando ese legado, esa manera de vivir. Muchas veces nos podemos preguntar “cuál es mi lugar en el mundo” y las respuestas serán muchas, porque están quienes sus raíces comienzan hace varias generaciones, están quienes sienten que su lugar es cada lugar de este recorrido, están quienes solo encuentran su lugar en su familia o en sus seres más queridos, en sus amores, en sus pasiones, en sus sueños, porqué no.
Por eso el campo es una pasión que para muchos es difícil o imposible de explicar, solo se puede vivir para entenderla, es algo que atravesándolo es la única manera de comprender porque miles de los que cada día se quejan por el clima, el suelo, los mercados, la política, los empleados, el gobierno o hasta de si mismos, permanecen y solo ven posible una vida casi “eterna” en su lugar, ese mismo que los embriaga de paz, cuando mate en mano, pierden la mirada hacia algún potrero.
“No hablo solo de cuatro paredes, tu casa es allí donde te quieren, donde te celebran como sos, no es solo refugio cuando llueve” dice una hermosa canción de Santiago Alonso, explicando esto de encontrar un lugar en el mundo y que cada uno seguramente lo tendrá y en el campo, gran parte de los que allí viven, lo honran cada día sabiendo que están, en el único lugar donde podrían estar.
Carlos Bodanza
Para Mañanas de Campo