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Vocación, un faro de esperanza

La vocación también es una fuente de satisfacción personal. Cuando se trabaja en algo que se ama, el esfuerzo se convierte en placer.

El último día de 2024 y las seguidas setenta y dos horas de este nuevo año no fueron tan agradables como deseábamos en la familia porque en la tarde del 31 de diciembre un meteoro de fuertísimos vientos, acompañados por una gran lluvia que estuvo cercana a los 100 milímetros, se abatió sobre el campo arrancando árboles y algunos postes del tendido de electricidad rural, no siempre bien mantenido por la Cooperativa que da el servicio a esta zona. Ergo, hubo que apelar con urgencia al equipo electrógeno de emergencia para alimentar los freezers y las tareas propias del establecimiento, porque hay que utilizar energía para hacer funcionar la bomba que extrae el agua, por ejemplo.

En fin, pasó el vendaval, hay que apretar los dientes y empezar a reacomodar las actividades, reponer las reservas de combustible para el equipo electrógeno, limitar el agua a lo indispensable y pensando en los animales, armar un esquema de horas de utilización de la fuente de energía para que las heladeras y freezers tengan el frío correcto, y, en mi caso, temblando que las insulinas tengan la temperatura adecuada para mantener su efecto benéfico para quienes somos diabéticos.

Por esta zona también otros productores, además del vendaval de viento y lluvia, éste llegó acompañado de granizo que se abatió sobre maíces sembrados tempranos, que ya tenían un estado bastante avanzado y que ahora deben resembrar en algunos casos.

Pero más allá de todo esto que comento con ojos de pueblerino, también me hizo pensar en la vocación del hombre de campo, cuya industria es a cielo abierto y por más seguro que haya de por medio, no siempre compensa el sacrificio que existe detrás de cada actividad rural.

La vocación no es simplemente una elección profesional; es una llamada interna que resuena en lo más profundo de nuestro ser, un susurro que nos invita a explorar nuestras pasiones y talentos únicos.

La vocación también es una fuente de satisfacción personal. Cuando se trabaja en algo que se ama, el esfuerzo se convierte en placer. Las horas pasan volando y los desafíos se transforman en oportunidades de crecimiento. Este sentido de realización no solo beneficia a quienes están inmersos en su vocación; también se irradia hacia quienes los rodean.

Sin embargo, seguir una vocación no está exento de obstáculos. El miedo al fracaso, la inseguridad y las presiones externas pueden hacer que se dude de lo que se eligió. Aquí es donde entra en juego la resiliencia: la capacidad de adaptarse y perseverar a pesar de las adversidades. La vocación exige valentía; requiere enfrentar miedos y comprometerse con el camino elegido, incluso cuando este se torna incierto.

Esto es algo que el otro socio que tiene el productor agropecuario, el Estado, nunca lo tiene en cuenta. A este socio que saca y nada da a cambio en servicios de arreglo de caminos, conectividad, etcétera, no le importa la vocación de miles y miles de productores que trabajan para que millones de personas se alimenten diariamente.

En conclusión, abrazar la vocación de productor, es un acto valiente que lo conecta con ellos mismos y con los demás. En este viaje llamado vida, estas mujeres y hombres de campo son guiados por ese faro interno que les señala aquello que realmente importa: contribuir al mundo desde su esencia más genuina.

José Luis Ibaldi

Para Mañanas de Campo

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