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La hazaña de aquel pibe

La vida del Perito Pascasio Moreno, es digna de contar y de reconocer.

Las altas temperaturas no cesan. Los aires acondicionados no tienen descanso. Sigo dando vuelta en la cama sin dormir. La radio me indica que ayer, 22 de febrero fue el día de la Antártida Argentina y pienso en aquel pibe que hace 121 años izó por primera vez nuestra enseña patria en la isla Laurie, de las Orcadas del Sur, y que las generaciones recuerdan a esa fecha como el día cero de la población de la Antártida.

Pensar en aquel joven de apenas 18 años, que el Perito Pascacio Moreno eligió para habilitar la primera estafeta postal en el gélido territorio antártico, me conmovió y me hizo olvidar del calor estival que me venía agobiando. Se llamaba Hugo Alberto Acuña y era empleado de la Dirección de Ganadería del Ministerio de Agricultura de la Nación.

Hace muchos años, recuerdo que el querido periodista bahiense Eduardo Cenci, le hizo una nota a su hija, quien tenía en su poder las libretas desgastadas de tapas de hule negro, donde Acuña fue escribiendo, a modo de diario, los hechos más salientes de su estadía en esa isla, en la que el Gobierno argentino, presidido por Julio Argentino Roca, había comprado al explorador escocés William Bruce, una estación meteorológica.

Bueno es recordar que el Departamento de Humanidades de la Universidad Nacional del Sur tiene editado el “Diario del estafeta Hugo Acuña: pionero de la soberanía argentina en la Antártida”.

Volviendo a este joven y a sus libretas, que también tuve en mis manos, describe con caligrafía casi elegante, aquel momento que experimenta el 22 de febrero de 1904: ¨A pesar del frío, vestimos traje de paseo, como en Buenos Aires. Hay 5 grados bajo cero. La bandera asciende en el modesto mástil y comienza a flamear. Ya tenemos listo el pabellón azul y blanco. Ya estamos en nuestra propia casa…¨

Para llegar a esa tierra antártica, el joven estafeta había abordado el bergantín ¨Scotia¨ junto a un alemán y un uruguayo. Doce meses después -en febrero de 1905- regresaba al territorio continental argentino aquilatando la experiencia vivida en una cabaña de 14 metros cuadrados, construida con piedra, forrada con lona y con techo de cumbrera.

La modesta vivienda austral no pocas veces fue presa de feroces tormentas. Una vez más, las viejas libretas escritas por Acuña dan cuenta de ello: ¨El 8 de marzo de 1904 el despertar fue un poco feliz. El mar, con olas gigantescas, violentas, deshizo una barranca de nieve que había contra la cabaña. El único bote estuvo a punto de perderse. El mar también se llevó la defensa de piedra que tenía la casa. Diez días después terminamos el nuevo parapeto, hecho con grandes piedras que acarreábamos desde la montaña. Muchas veces hubo que interrumpir el trabajo por nevadas y vientos. El 4 de abril volvió la furia del mar. Se llevó de nuevo la muralla. Por momentos, la cabaña quedaba cubierta por las olas. La temperatura habla descendido. Estábamos enteramente mojados. Nuestra ropa pronto se cubrió con una espesa capa de hielo. La pared había quedado en pie, curiosamente, gracias a que las piedras están unidas por el hielo…¨

Aquel jovencito que se hizo hombre de golpe en el confín antártico fue también un paciente filatelista y recordado en 1975 con un sello postal conmemorativo junto a los pioneros australes José Maria Sobral, Luis Piedra Buena, Carlos Moyano y Francisco Pascacio Moreno.

Por si alguno no lo sabe, este pionero cuyo acto de izamiento de la bandera argentina por primera vez en territorio austral, para honor de Bahía Blanca, es la ciudad que atesora su descanso eterno en la necrópolis local.

José Luis Ibaldi – Para Mañanas de Campo

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