¿Qué enseñanza nos deja este año tan lluvioso? Sin dudas, muchas. Pero si hay algo que quedó en evidencia, es que la dinámica de las malezas cambia por completo cuando el agua y la humedad pasan a ser protagonistas permanentes del sistema.
Por un lado, vimos algo que en campañas anteriores no había sido tan evidente: los preemergentes funcionaron muy bien. Son productos que muchas veces presentan controles flojos porque necesitan precipitaciones para incorporarse al suelo y, en general, quedan más retenidos en los rastrojos. Este año, en cambio, con buena humedad y lluvias frecuentes, se incorporaron correctamente y demostraron su verdadero potencial.
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Sin embargo, la contracara fue la enorme fuerza con la que avanzó la maleza. El raigrás, sobre todo, arrancó muy temprano, impulsado por las lluvias intensas que tuvimos a partir de marzo. Esa condición le dio una ventaja inicial muy marcada, y la maleza llegó a los tratamientos de barbecho con un desarrollo mucho más avanzado: más tamaño, más macollaje, más estructura. Y ahí es donde empezaron a fallar los postemergentes.
La residualidad tiene un límite (y este año quedó claro)
Otra de las grandes lecciones fue entender, una vez más, que los preemergentes no son eternos. Aprendimos —o mejor dicho, confirmamos— que su control efectivo ronda los 60 a 70 días. Después de ese período, si hay buena humedad en el suelo, el producto se degrada y perdemos su efecto residual.
Eso fue exactamente lo que ocurrió en muchos cereales. Preemergentes aplicados en mayo o junio llegaron a agosto y septiembre sin residualidad, y ahí apareció una camada muy importante, sobre todo de crucíferas, que avanzó con mucha fuerza.
En años más secos, solemos ver controles por períodos más largos, pero no porque el producto sea más duradero, sino porque la falta de agua ralentiza su degradación. Este año fue la demostración práctica de que, cuando hay humedad, el período real de control de un preemergente está entre 50 y 60 días. No debemos esperar más que eso.
El tamaño de la maleza sí importa
También quedó claro algo que a veces se subestima: la maleza no se puede subestimar. Cuando crece, cuando gana tamaño y vigor, el control químico se vuelve mucho más difícil. El estado de desarrollo de la planta es determinante para la eficacia de los herbicidas, y en esta campaña en particular, el crecimiento fue tan rápido que muchas aplicaciones llegaron tarde.
El efecto de la labranza: ni ángel ni demonio
En la región también se observaron muchos lotes que fueron laboreados. Y ahí aparece otro fenómeno interesante: después de una labranza, lo que se ve casi de inmediato es una activación muy fuerte del banco de semillas, sobre todo de raigrás y nabo.
Ese movimiento del suelo estimula la germinación de una enorme cantidad de semillas que estaban en dormancia, generando una verdadera “bomba” de nacimientos. A especies como la rama negra, por ejemplo, este movimiento no les resulta favorable, pero hay malezas que responden con mucha fuerza.
Esto, bien manejado, puede ser una herramienta: estimular la emergencia para luego controlar y empezar a “vaciar” el banco de semillas. Pero es importante entender que la labranza, por sí sola, no asegura el control. Después de remover el suelo, necesariamente debe venir un tratamiento químico u otra labor que termine de controlar esos nacimientos.
Además, no hay que olvidar los efectos negativos que puede traer la labranza: retrasos en las labores, encharcamientos, erosión hídrica y eólica, pérdida de materia orgánica y todos los problemas que la siembra directa vino a resolver.
Personalmente, no soy extremista. Creo que en algunos casos puntuales se puede recurrir a una labranza, pero siempre entendiendo que lo ideal es volver rápidamente a la siembra directa. En términos generales, no mover el suelo sigue siendo lo mejor para conservar su estructura y cuidar la dinámica del sistema productivo.
Un aprendizaje que queda
Este año nos dejó una conclusión muy clara: el manejo de malezas requiere precisión, anticipación y una gran capacidad de adaptación. La combinación entre preemergentes bien planificados, monitoreo permanente, uso inteligente de postemergentes y una mirada integral sobre el sistema es más importante que nunca.
Porque cuando la humedad acompaña, la maleza no da tregua. Y si algo aprendimos en esta campaña, es que en años lluviosos no alcanza con hacer lo mismo de siempre: hay que estar un paso adelante.
Por Ing. Agr. Ramón Gigon
Para La Voz del Pueblo


























